La inmortalidad, de Milan Kundera

Aquella sonrisa y aquel gesto tenían encanto y elegancia, mientras que el rostro y el cuerpo ya no tenían encanto alguno. Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad. En cualquier caso, cuando se volvió, sonrió y le hizo un gesto de despedida al joven instructor (que no pudo contenerse y se echó a reír), no sabía su edad. Una especie de esencia de su encanto, independiente del tiempo, quedó durante un segundo al descubierto con aquel gesto y me deslumbró.

Un gesto, un simple gesto, cargado de significado, le basta a Milan Kundera para sentar las bases de su gran obra La Inmortalidad. Parte de esta premisa para explayarse en una historia donde varios personajes juegan a ser los protagonistas, pero no llegan a ponerse de acuerdo. Se dan el relevo, se suceden uno tras otro, se van y luego vuelven, se relacionan, evolucionan y envejecen. Es una historia dentro de otra historia, porque el fragmento reflejado al principio no es más que el narrador contando el surgimiento de la semilla que florecería y daría vida a su personaje primogénito y principal: Agnes. Es decir, el narrador es personaje y narrador a la vez. Como narrador, narra cómo él mismo (como personaje y escritor) fue testigo de ese gesto que cuenta y que eso lo llevó a crear el personaje de Agnes. La novela hila varias cuestiones metafísicas, planteadas por los personajes, sobre el mundo contemporáneo y su poderoso efecto sobre el culto a la imagen y a la tecnología. A su vez, alterna la narración con otros dos personajes «inmortales»: Goethe y Bettina von Arnim. La columna vertebral de la historia está formada por los sólidos e interesantes personajes femeninos de Agnes, su hermana Laura y Bettina, así como por otros personajes de reparto no menos singulares, como Paul, Rubens, Goethe y el profesor Avenarius.

Pero lejos de querer hacer una crítica o de querer opinar de forma generalizada y fría sobre la novela, sí me apetece remarcar ciertos highlights del relato, que considero dignos de mención y que, espero, hagan reflexionar a más de una criatura. No es tarea desdeñable, aunque Milan el Grande ya hizo la tarea ardua escribiendo con gran elocuencia, claridad y maestría todo aquello que a nosotros, los simples mortales, nos cuesta expresar. Así que me temo, ya a estas alturas, que este humilde artículo estará salpicado de especies de aforismos made by Milan Kundera, comentados breve y torpemente (cuando proceda) pero, eso sí, con entusiasmo desmedido, por un servidor. Pero serán sólo unos pocos temas tocados de forma superficial y a mi gusto, por extensión ni quiero ni puedo (como diría Machado) hacerlo más largo. Lo más interesante de todo está en la experiencia de leer el libro en sí, y aprovecho la ocasión para recomendarte a ti, sí, a ti, que vayas a leerlo y que cada uno reflexione sobre los fragmentos a su manera. He tenido que sacrificar muchos fragmentos que me habría gustado exponer también aquí, pero se haría demasiado extenso.

SOBRE EL YO, LA FEALDAD Y EL ODIO

No era la máquina la que hacía ruido, era el yo de la chica de pelo negro; aquella chica, para hacerse oír, para penetrar en la conciencia de los demás, había fijado a su alma el ruidoso escape del motor.

En esta sencilla escena, Agnes pasea por París, está desencantada con el mundo, no le parece bello y todo a su alrededor tiene algo de repugnante. Está, digamos, con la mecha corta. Una de las cosas que detesta, dentro de la larga lista que hace en este capítulo, es el ruido de una motocicleta sin silenciador, pilotada por una chica de pelo negro con vaqueros. En dichas líneas, Agnes critica la fealdad que se va apoderando del mundo. De hecho, hablando en broma pero en serio, advierte que cuando el «asalto de fealdad» se vuelva insoportable, comprará un nomeolvides y cada vez que salga a la calle lo llevará delante de la cara, con la vista fija en él, como último acto de rebelión en el que conserva para ella y para sus ojos lo único posible dentro de un mundo que ha dejado de querer. Hombre, quizás lleva esta reacción hacia el extremo, pero no me negarán que ustedes alguna vez han sucumbido a un estado anímico similar, sobre todo en un mundo que cada vez nos lo pone más fácil para recaer en ese estado de sensibilidad rabiosa. Agnes llega a reconocer que, por un momento, desea fervientemente la muerte de aquella chica del pelo negro. Pero se da cuenta de su odio y se asusta, piensa que el mundo ha llegado a su frontera y que pronto las calles se llenarán de gente paseando con un nomeolvides delante del rostro. Resulta curioso que mientras escribo estas líneas, el hilo musical lo compone un ruido atronador procedente de la obra que hay junto a mi casa. Y es que Agnes, sigue andando por una calle en la que nadie cede el paso y percibe la ofensa de otro ruido, que procede de unos martillos neumáticos que manejan unos hombres con casco. Pero de pronto, como una respuesta divina procedente del cielo, se escucha una fuga de Bach al piano. Alguien había abierto la ventana y «puesto la música de Bach a toda potencia para que la severa belleza de Bach sonara como una amenazadora advertencia a un mundo que ha elegido el mal camino». Pero Bach no consigue luchar contra el mundanal ruido y Agnes se lleva las manos a las orejas, cuando un transeúnte la miró con odio y se señaló la sien, como señal internacional de que estaba loca. Este hombre la llamaba al orden. «Era la igualdad misma la que en la persona de él la regañaba, dispuesta a no tolerar que nadie se negara a pasar por lo que todos tienen que pasar. La igualdad misma le prohibía no estar de acuerdo con el mundo en que todos vivimos». El sentimiento de odio se apodera otra vez de Agnes, pero entonces recuerda la figura de su padre, que en ocasiones similares era capaz de mantener la calma. Pero no sabía describir la actitud del padre. ¿Cobardía? ¿Nobleza? De lo que estaba segura es de que no sentía odio hacia los demás. «El peligro del odio consiste en que nos ata al adversario en un estrecho abrazo».

SOBRE LAS PETITES PHRASES

El arte de la política no consiste hoy en guiar a las polis (ésta se guía sola por la lógica de su oscuro e incontrolable mecanismo), sino en inventar petites phrases, a tenor de las cuales el político será visto e interpretado, plebiscitado en los sondeos de opinión pública y también elegido o no elegido en las siguientes elecciones.

Bueno, sobre esta frase creo que poco más hay que añadir. Es un rasgo de la política actual que realmente se puede extender a casi todos los lugares del mundo y en particular a épocas más recientes. Marca de la casa de la política española, desgraciadamente, donde una frase a modo de tweet o bien se des-contextualiza y se introduce en un titular de una noticia cuyo objetivo es des-informarte, o bien se usa como propaganda barata y como estímulo pobre pero efectivo para mentes simples.

SOBRE EL AMOR A LAS IDEAS

Sin embargo me planteo una pregunta: ¿le había interesado la música de Beethoven por sí misma, por sus notas, o más bien por lo que representaba, en otras palabras, por su nebuloso parentesco con las ideas y las actitudes que Bettina compartía con sus compañeros de generación? ¿Existe acaso el amor por el arte o ha existido alguna vez? ¿No será un engaño? Cuando Lenin afirmaba que amaba por encima de todo la Appassionata de Beethoven, ¿qué era lo que amaba? ¿Qué oía? ¿La música? ¿O un sublime ruido que le recordaba los pomposos impulsos de su alma, ansiosa de sangre, de fraternidad, de fusilamientos, de justicia y de absoluto? ¿Disfrutaba de los tonos o de los sueños que los tonos le inspiraban y que no tenían nada en común ni con el arte ni con la belleza? Volvamos a Bettina: ¿la atraía Beethoven el músico, o Beethoven el gran anti-Goethe? ¿Amaba su música con el callado amor que nos liga a una metáfora embrujada o a la mezcla de dos colores en un cuadro? ¿O más bien con el apasionamiento agresivo con el que nos adherimos a un partido político?

Cada persona es como un recipiente, donde se vierte líquido que ya puede representar amor, arte, música…, con sus propiedades intactas, pero que se adapta a la forma del recipiente. Cada uno de nosotros lo asimila según su propia personalidad y según sus propias circunstancias. No podemos negar el concepto de apego asociado a una idea o a un ideal. ¿Qué representa para ti escuchar tu canción favorita? ¿Qué recuerdos te trae? ¿A qué estado de ánimo de transporta? El apego asociado al ideal no desmerece en absoluto el valor del producto generador del amor, pero sí lo hace voluble.

SOBRE LA INMORTALIDAD

– Eso es la inmortalidad -dijo Goethe-. La inmortalidad es el juicio eterno.
-Si es el juicio eterno, debería haber un juez como Dios manda. Y no una estúpida maestra de escuela con una vara en la mano.
-Una vara en la mano de una muestra estúpida, eso es el juicio eterno. ¿Qué se imaginaba, Ernest?
-No me imaginaba nada. Lo único que esperaba era poder vivir en paz, al menos después de muerto.
-Hizo usted todo lo necesario para ser inmortal.
-En absoluto. Lo único que hice fue escribir libros. Eso es todo.
-¡Precisamente! -rió Goethe.

En esta curiosa escena, Ernest Hemingway y Goethe mantienen una conversación distendida en lo que podría ser «el más allá», pero no deja de ser la mente del escritor dentro del libro. Hemingway se queja de que ahora la gente en vez de leer sus libros escribe libros sobre él, y para nada bueno por supuesto. Y el tema de la inmortalidad de doble rasero es un tema incipiente. Estamos viviendo unos tiempos donde en los premios de los Oscar casi que valoran más que seas políticamente correcto que si haces buen cine. Por otro lado, tenemos las obras de literatura, de arte y de cine que, habiendo sido originadas en otros tiempos y por otras personas, son ahora ajusticiadas y no sólo eso, sino que se abusa de su inmortalidad para acabar de cuajo con ella. Me explico. Es la cultura reciente de la cancelación, donde se toma una obra en particular y, como no procede con los presuntos valores e ideales del presente, lo cancelo o bien lo modifico, en un absurdo afán por querer esconder la verdad o en un osado y peligroso deseo por querer cambiar la historia a gusto del consumidor. Somos lo que somos por las sociedades que nos precedieron y por sus actos. Ninguna obra ni acción es impecable y nada está exento de imperfecciones. Es necesario tener conocimiento de los sucesos pasados, especialmente, aprender de ellos y valorarlos también por sus muchas otras virtudes. Si no, podemos recaer en un bucle infinito de culturas de la cancelación y otros horrores. Estaríamos falsificando las pruebas, sería un engaño.

SOBRE LA REBELIÓN DE LA FRIVOLIDAD

La época de la tragedia sólo puede acabar con la rebelión de la frivolidad. La gente hoy ya no conoce de la Novena de Beethoven sino los cuatro compases del Himno a la alegría que oye cada día en el anuncio del perfume Bella.

Permítanme que incluso ponga en duda eso último. La gente ahora cada vez más (sobre todo la gente más joven) ni si quiera conoce el Himno a la alegría. El formato popular ahora es en pildoritas de insignificancia, en tiktokeadas e instagrameadas patéticas donde atiborramos el cerebro de estímulos banales y vacíos, donde predomina un individualismo pedante, adalid de los algoritmos que manejan al individuo a su merced, y enemigo del sentido común, de la quietud, de la paciencia y de los trabajos mentales con un mínimo de exigencia. 

SOBRE EL YO Y LA POSESIÓN DE LA VERDAD

Lo único que ahora les importa a ambos contendientes es cuál de ellos será reconocido por esta pequeña opinión pública como poseedor de la verdad, porque ser reconocido como aquel que no posee la verdad significa para cada uno de ellos lo mismo que perder el honor. O perder una parcela del propio yo. En sí, la opinión que sostienen no les importa tanto. Pero como convirtieron una vez esa opinión en atributo de su yo, cualquiera que lo toque será como si clavara algo en su cuerpo.

Estos días dominan los extremos y la ideología, fundamentados en pasiones, en desinformaciones y en ignorancias, arraigos populares y orgullosos, convertidos en vulgares confrontaciones sorprendentemente rebajadas a las de índole futbolística. «Lo que yo digo es la verdad y la mejor verdad y la más buena verdad». El día que esa verdad ya no es tan verdad o no es tan buena, pasa a ser una mala mentira del otro, un error de otro.

SOBRE LA IMAGEN

El hombre no es más que su imagen. Los filósofos pueden decirnos que es irrelevante lo que el mundo piense de nosotros, que sólo vale lo que somos. Pero los filósofos no comprenden nada. En la medida en que vivimos con la gente, no somos más que lo que la gente piensa que somos. Pensar en cómo nos ven los demás e intentar que nuestra imagen sea lo más simpática posible se considera una especie de falacia o de juego tramposo.

Nuevo anti-slogan para las redes sociales populares. Y es que por mucho que nos esforcemos o lo neguemos, hay un ímpetu cada vez mayor por querer ser aceptados por los demás. Esto ha estado presente prácticamente casi siempre, pero es ahora, con la proliferación de las nuevas tecnologías y de las redes sociales, donde este efecto es a nivel masivo (tu círculo social es mayor en magnitud y llegas a ellos más fácilmente) y se hace notar en cómo nos percibimos nosotros, cómo pensamos que nos perciben, cómo queremos que nos perciban, cómo nos perciben y nuestra autoestima. Otro fragmento, «Es una ilusión ingenua creer que nuestra imagen no es más que una apariencia tras la cual está escondido nuestro yo como la única esencia verdadera, independientemente de los ojos del mundo. Los imagólogos han descubierto con cínico radicalismo que es precisamente todo lo contrario: nuestro yo es una mera apariencia, inaprensible, indescriptible, nebulosa, mientras que la única realidad, demasiado aprehensible y descriptible, es nuestra imagen a los ojos de los demás. Y lo peor es que no eres su dueño. Primero intentas dibujarla tú mismo, después quieres al menos influir en ella y controlarla, pero en vano: basta con una frase malintencionada y te conviertes para siempre en una caricatura tristemente simple».

SOBRE EL CAMINO

Camino: franja de tierra por la que se va a pie. La carretera se diferencia del camino no sólo porque por ella se va en coche, sino porque no es más que una línea que une un punto a otro. La carretera no tiene su sentido en sí misma; el sentido sólo lo tienen los dos puntos que une. El camino es un elogio al espacio. Cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. La carretera es la victoriosa desvalorización del espacio, que gracias a ella no es hoy más que un simple obstáculo para el movimiento humano y una pérdida de tiempo. Antes de que los caminos desaparecieran del paisaje, desaparecieron del alma humana: el hombre perdió el deseo de andar, de caminar con sus propias piernas y disfrutar de ellos. Ya ni siquiera veía su vida como un camino, sino como una carretera.

Ojo con la última frase. Si lo pensamos detenidamente, vamos constantemente de un punto A a un punto B, del punto B al punto C y así sucesivamente. Tenemos estructurada nuestra vida en un ajustado schedule, en un meticuloso time blocking, mental o virtual, donde tenemos que ir marcando como completadas cada vez más casillas. Quiero hacer esto, quiero hacer lo otro, quiero comprar aquello, quiero probar este restaurante. Quiero, quiero, quiero. Y mientras la otra persona, si no es uno de tus abuelos, ha tenido la consideración de dejar el móvil para dirigirte la palabra, tú estás posteando la foto que os habéis hecho hace cinco minutos y viendo los likes, o reservando la próxima experiencia guay. Lo dicho: una carretera. De un punto A a un punto B. Se acabó el aburrirse, el divagar, el tener conversaciones profundas (o no) a lo largo del camino. Ralentizar el tempo y disfrutar de cada bocanada de aire. Fijarse en los detalles de las personas y de las cosas, prestar profunda y humilde atención. Detenernos y observar, sorprendernos como niños curiosos. 

SOBRE EL TEMA VITAL

Dicen que la astrología nos hace fatalistas: ¡no te librarás de tu destino! A mi juicio, la astrología (me refiero a la astrología como metáfora de la vida) nos dice algo mucho más sutil: ¡no te librarás de tu tema vital! De ello se desprende, por ejemplo, que es una pura ilusión pretender empezar en medio de la vida una «nueva vida» que no se parezca a la anterior, empezar, como suele decirse, desde cero. Su vida estará siempre construida del mismo material, de los mismos ladrillos, de los mismos problemas, y lo que en un primer momento les parece una «nueva vida» resultará muy pronto ser una simple variación de la anterior.

La materia prima es la misma, somos nosotros, que somos producto de nuestras experiencias y de nuestro entorno. Podremos empezar una nueva etapa, con nuevos objetivos, circunstancias diferentes, pero será sólo eso, un cambio de fase. No existe eso de empezar de cero. Es insensato pensar que eso es posible. Además, tu pasado y las circunstancias te han llevado ahí, a ese aparente «cero». ¡Es relativo!

SOBRE LA MEMORIA FOTÓGRAFA

Rubens se dio cuenta de una cosa curiosa: la memoria no filma, la memoria fotografía. Lo que había guardado de cada una de ellas era, en el mejor de los casos, un par de fotografías mentales.

Por mucho que nos esforcemos, alcanzamos a recordar fotografías, o a lo sumo, un gif. Y me atrevería a señalar que son imágenes adornadas, distorsionadas y caricaturizadas. Es como cuando pensamos en alguien, es un hecho que tan sólo recordamos sus rasgos característicos y llevados a cierto extremo. Es decir, ¡nuestra memoria no sólo es fotógrafa sino que también es artista! Es una artista caprichosa, a veces más romántica, pero que se divierte sin darnos cuenta realizando una caricatura de todo lo que ve: de nuestro vecino, de la panadera, de nuestra pareja y hasta de nosotros mismos.

SOBRE LA RISA

Estaba ante el David de Miguel Ángel y se imaginaba aquel rostro de mármol riendo como Kennedy. ¡David, ese modelo de belleza masculina, habría parecido un imbécil! A partir de entonces imaginaba a los personajes de los cuadros famosos riendo; era un experimento interesante: ¡la mueca de la risa era capaz de destruir cualquier cuadro! ¡Imagínense a la Mona Lisa, con su sonrisa apenas perceptible convirtiéndose en una risa que pone al descubierto los dientes y las encías!
[…] Rubens se dice: sin duda el un rostro bello es porque se nota en él la presencia del pensamiento, mientras que en el momento la risa el hombre no piensa.
[…] Rubens se dice: la risa es la más democrática de todas las apariencias del rostro: con nuestros rasgos inmóviles unos nos diferenciamos de los otros, pero en el espasmo somos todos iguales.
[…] Un busto de Julio César que ríe a carcajadas es impensable. Pero los presidentes norteamericanos parten hacia la eternidad ocultos tras el espasmo democrático de la risa.

Poco más que añadir a este divertido y profundo pasaje. Dejo la interpretación al lector y lo invito a que lea el capítulo completo del libro. Únicamente añadir que antiguamente en las obras de arte los rostros perdían su inmutabilidad, abrían la boca, sonreía o reían cuando se querían mostrar indicios de maldad, vicio o dolor. Véanse, como casos de ejemplo, las siguientes obras: La matanza de los inocentes de Poussin, Adán y Eva de Holbein, Alegoría del vicio de Correggio.

SOBRE LA MUJER

La mujer es el futuro del hombre. Eso significa que el mundo, que una vez fue hecho a imagen del hombre, se adaptará ahora a la imagen de la mujer. Cuanto más técnico y mecanizado, cuando más metálico y frío sea, más necesitará ese calor que sólo la mujer puede darle. ¡Si queremos defender al mundo, tendremos que adaptarnos a la mujer, dejarnos guiar por la mujer, dejar que penetre en nosotros ese Ewigweibliche, ese eterno femenino!
[…] O la mujer será el futuro del hombre o la humanidad perecerá, porque sólo la mujer es capaz de mantener la esperanza sin la menor justificación e invitarnos a un futuro dudoso en el que, de no ser por las mujeres, hace ya tiempo que habríamos dejado de creer.

Y termino esta extensa entrada con ese bonito elogio a las mujeres (téngase en cuenta el año en que fue escrito el libro) que invita a reflexionar y a observar cómo estamos a día de hoy y hacia dónde vamos.