El efecto Jon Fosse

(Fuente: unsplash.com)

Seguro que a casi todos nos es sonado el nombre Jon Fosse. Sobre todo, si estamos inmiscuidos en el hedonista mundillo de la lectura. Aunque he de reconocer que para mí este nombre era totalmente desconocido hace apenas un año. Si bien he investigado un poco sobre su persona, he podido descubrir que este nombre se hace eco desde hace bastantes años, sobre todo en el mundillo del arte de las luces y las sombras en escena.

Personalmente, considero que ha sido un gran descubrimiento. Pero Jon no me lo ha puesto nada fácil para poder expresar a mis familiares, amigos y compañeros qué he sentido leyendo su obra. Ha sido sumamente difícil acicalar y sintetizar la suma de factores que representan la experiencia de disfrutar de la prosa de este autor. Estos factores fundamentales son los que expongo a continuación.

En primer lugar, es lógico comenzar con el factor convergente entre libro-escritor y lector, esto es, la forma de escribir de Fosse. Es la primera toma de contacto y recuerdo bien que, tras leer de pasada alguna mención de su nombre y de su obra en relación al Nobel de Literatura, no puedo más que recordar la singularidad que sentí, al hojear en la librería por primera vez entre las páginas de Fosse, y descubrir rarezas a las que no estaba habituado: pocas comas, saltos de línea a los que no estamos acostumbrados, prosa vertiginosa pero minimalista, frases cortas y repetitivas, ausencia de puntos o de guiones de diálogos… Este detalle ya es motivo de fricción y la cosa no empieza bien. En definitiva, cuando el ser humano se da de bruces con algo diferente y que se sale de la zona de confort constituida por cosas conocidas, que se sale del esquema habitual al que nos sentimos familiarizados, la primera emoción es de estupefacción e incluso de rechazo, por mucho que nos pese. Debido a esto, si el lector quiere adentrarse en el mundo Fosse, necesita primero hacer acopio de fuerzas, para enfrentarse a su personalidad. El lector podrá apreciar expresiones repetitivas, que lo llevarán sin apenas respiro por las líneas que describen la historia. Pero, en parte, tiene sentido. Tómese el lector un momento para observar sus pensamientos. No tardará en notar cierta dificultad para seguir el ritmo en el discurrir de lo mismos y cierta falta de coherencia en la relación de éstos. Nuestros pensamientos fluyen como un río turbulento, o mejor dicho, como agua en ebullición. Ese ir y venir de pensamientos, naciendo y destruyéndose, burbujeantes, saltando de uno a otro. Un entorno dominado por una aleatoriedad caótica. En esencia, y debido al carácter reflexivo de la obra de Fosse, resulta incluso natural que la lectura fluya de esta manera tan particular. De hecho, supongo que como me sucedió a mí, el lector descubrirá que acaba arrastrado por el ritmo de las palabras sin oponer ningún esfuerzo.

Mi primera lectura de Fosse fue Blancura, narrada en primera persona. Pues imagínense, sin darme cuenta estaba en el point of view del protagonista, despeinado e igual de confundido que él, en una tarde de finales de otoño, poniéndose el sol y nevando, con el coche atrapado al final de un camino forestal. Y es que es para abrocharse el cinturón. El libro es menudo (no me atreví a debutar con Trilogía o Septología, lo confieso) y no sé si llegué a las dos horas para acabármelo. Me mantuvo atrapado hasta el final. Al poco tiempo, pude hacerme con su libro Mañana y tarde. Profundo y genial. Me gustó más que el primero. También novela corta, algo más larga que la primera. Pero empleé alrededor de un par de horas también. Es el efecto Fosse en estado puro.

El segundo factor fundamental de la experiencia Fosse es el tema de su obra. Al menos en relación a estas dos novelas que me he leído, puedo corroborar que la obra de Fosse rebosa cotidianidad, es una oda a lo mundano y terrenal, a lo sencillo. Construida con una prosa ligera pero en la cual subyace un significado profundo y bello, musical y espiritual. Es muy interesante y curioso cómo consigue acariciar un poco del alma humana. Consigue, al mismo tiempo, realzar esos elementos sencillos y cotidianos y elevarte a cotas espirituales e incluso divinas. Y quiero destacar la universalidad de la obra en este sentido, llamémoslo «religioso». Porque independientemente de si el lector es afín a una u otra doctrina, o a ninguna en particular, podrá adaptar e interpretar las palabras de Fosse como una melodía que encaja muy armónicamente con sus creencias. Lo bonito es que cada uno tiene sus circunstancias y su propia perspectiva y, por lo tanto, cada uno será impregnado por la obra de Fosse de una forma diferente, al igual que una misma fuente de luz impregna diferentes superficies. Como la bombilla de una lámpara, que a pesar de ser una sola, iluminará la estancia de forma diferente dependiendo de la tulipa que lleve puesta.

Y por último, como producto de los dos factores anteriores, desembocamos en el factor «experiencia lectora». Siendo totalmente honesto, mi sensación al acabar el primer libro en particular, fue totalmente difusa y contradictoria. Sentimientos encontrados. Porque como digo, no me esperaba que me llegase a gustar de esa manera. Quizás subestimé la obra, o residía en mí una predisposición que en cierta manera distorsiona cómo acogemos la lectura (¿pero no sucede eso siempre?). No obstante, me caló hondo la experiencia del viaje en el transcurrir de las páginas. Por eso, para el segundo libro ya iba con una predisposición diferente. Y es que al final, en la segunda lectura disfruté más aún de la experiencia, porque ya me imaginaba qué podía tener por delante, a qué me enfrentaba. Así que me puse cómodo y me dejé llevar por el vaivén liviano de la marea fossiana, mecido por una brisa escandinava.