Paul Morphy y Málaga

Vista de Málaga. (Photo by Carlos Sedano on Pexels.com)

¿Qué relación puede tener el campeón mundial y genio del ajedrez Paul Morphy con la ciudad malacitana? Tampoco os vayáis a imaginar algún dato trascendental que os vaya a dejar consternados durante varios días y sus noches. Y es que, para mi particular y orgullosa sorpresa, resulta que Paul Morphy tenía una «mihilla» (pronúnciese mijilla) de sangre boquerona corriendo por sus venas. Permítannos ustedes a los malagueños vanagloriarnos de nuestra propia plantilla de personajes ilustres, que aún no siendo ni corta ni modesta siembre nos sentimos hospitalarios para acoger a alguien más. Mi sorpresa resulta particular porque sinceramente no imaginaba que dicho jugador estadounidense del juego ciencia tuviese la más mínima relación con Málaga. Y mi sorpresa resulta orgullosa por cuestiones que mi querido y perspicaz lector seguramente ha podido atisbar entre líneas en esta primera parte de mi relato.

Para empezar, nos tenemos que remontar a la remota, fresquita y tranquila (cójase con pinzas dicha tranquilidad) Irlanda de finales del siglo XVIII. Un tal Morphy, de nombre Michael, encontraría sus nada achacables motivos para viajar un poco más al sur, a la bonita e intensa Madrid de Goya. Nuestro Michael era ni más ni menos que capitán de la Guardia Real, pero digo yo que él se dijo a sí mismo «yo me he quedao mu al norte», y se trasladó a la discreta Málaga de aquel entonces, para ejercer un cargo diplomático como cónsul de los Estados Unidos (nación que todavía atravesaba su jardín de infancia). Digno es de mención que el apellido usado en este artículo es la versión transformada que en su día cambió y adoptó Michael en pos de facilitar a las amables gentes españolas la pronunciación; me imagino que en su día Michael no pudo soportar el terrible sufrimiento de la mayoría, poco avezados, cuando intentaban con entusiasmo retorcer su lengua de forma inhóspita para dirigirse a él. Así que cambió Murphy por Morphy y todos contentos. Michael y su esposa, María Porro, trajeron al mundo a un lindo niño, que ustedes quizá ya pueden imaginarse quién es… Pues no, no es Paul todavía, se llamaba Diego, abuelo de éste. Este personaje es el más malagueño que hay en esta historia. Pero Diego cometió la insensatez de largarse de un sitio tan pintoresco como Málaga, ya que en esa época bien podías deleitarte con las casitas de pescadores en la orilla del mar al amanecer o bien podías recibir un cariñoso navajazo en alguna de las muchas calles estrechas que dibujaban el callejero malagueño de reminiscencias árabes. Como estaba diciendo, Diego se estableció en Nueva Orleans y ejerció de cónsul español allí. Y en realidad, poco más. Diego tuvo un hijo al que llamó Alonzo, que acabaría siendo padre del pequeño Paul, que con tan sólo nueve años ya andaba bajándole los humos a adultos arrogantes como el general Winfield Scott, al que puso mirando a México y lo colocó allí de una patada metafórica y ajedrecística. A Windfield le fue mejor allí en México. Pero el resto de la historia de Paul, lo pueden encontrar ustedes en otras fuentes más detalladas y mejor contadas que circulan por ahí. Me he limitado a contarles este modesto dato.

Los derroteros de la historia son los que son. Paul habría sido un fichaje interesante en el paseo de la fama de Málaga. Quizá sonreiría allá donde esté si lanzase una mirada a la Málaga actual, tierra de su abuelo paterno (no sé si también de su abuela), al ver a personas de todas las edades jugar y disfrutar del ajedrez en Muelle Uno, en Calle Larios y en sitios dispersos de esta bella ciudad.